A MI MADRE.


Me añorabas sin siquiera ver mi cara, imaginabas un ángel al que le pudieras prestar tu regazo y brazos como casa.

Proporcionaste el universo de tu interior para que un cometa errante colisionara con el astro que esperaba, sin rotar, sin dinámica, y de la  conmoción empieza una nueva vida.

En un mar cálido me colocas para ir esculpiendo las partes de mi cuerpo, tomando como modelo el hijo que habitaba en tus sueños.

Por las mañanas contabas los días mientras acariciabas tu vientre, observando cómo tu cintura tiene otra forma, un golpecito desde dentro te da los buenos días. Yo sentía como tu corazón se llenaba de alegría, sabias que pronto llegaría el momento en que  saldría de esa tibia morada.

A los nueve meses me inquiete tanto, deseaba conocerte, saber quién era ese ángel al cual DIOS me había encomendado, que me decía cosas que yo no entendía pero me hacían dormir en tu interior.

Por fin veo un túnel de luz, el cual un impulso me obligaba seguir. De pronto unas manos me toman sustrayéndome de esa tibia cuna, al salir interpreto una melodía que parece gustarte.  

Al  ver tu cara, observo como por tus mejillas corren gotitas de rocío. Me colocan en tus manos y ambos disfrutamos del momento, pareciera que fuésemos uno del otro y por fin observo el ángel que dios me dio como madre.

Nota de este humilde autor. La palabra madre es muy fácil de escribir, pero es un don difícil de adquirir por todo lo que implica, para todas ellas mi admiración, sobre todo a las que tienen los dos papeles: padre y madre.

Derechos de autor: Juan Hernandez.
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